jueves, 2 de diciembre de 2010

Antropología de las emociones

Jeux d’enfants (2002), Francia.
Un esqueleto “amoroso”
Lo difícil son los principios, este no pretende ser un “ensayo” a la ultranza ortodoxa, se prefiere intentar un diálogo sincero no sólo entre la película y la teoría, sino integrando un enfoque de <conocimiento situado>, un enfoque que solamente se centrará en las emociones.
Yo, desde aquí, no sólo de(s)construyo un discurso, de(s)construyo varios; el propio, el ajeno, el ausente.
¿Hay posibilidad de situar espaciotemporalmente (en este texto) a Sophie y a Julien?  No lo creo, no es algo que me apremie, su realidad es un trastocamiento de las normativas que terminarán reforzando. Es un “lugar común” en cuanto “esqueleto amoroso”, nos trae reminiscencias de discursos-otros que se traslapan con los ideales y con las vivencias, con las heterodesignaciones hegemónicas de lo que es una vinculación “patológica”, pero a la vez, el sueño de un amor tormentoso, el deseo de que el “sonido y furia de la vida” (Bauman, 2005;16) nos sacuda la existencia. La idea de lo “inmanejable”  que se contrapone al desarrollo de rutinas que preservan la confianza básica crea estados de tensión, si no fuera así viviríamos en una melancolía crónica, la posibilidad de creatividad es una válvula de escape de la ejecución compulsiva de rutinas, la posibilidad de una vida emocional.
El entramado de lecturas que se perfilan en la captación de este film es materia para otro trabajo, por lo tanto no hago una introducción de los personajes y de sus “circunstancias”, no importan, ellos nos devuelven imágenes de unos otros-nosotros, a través de sus emociones y de las emociones que nos despiertan  es en el sentido en que me interesa analizarlos, como reflejos, como fragmentación, como figuras que hacen visibles comportamientos y “necesidades”.

                                   Fotografía de un esqueleto amoroso
Sophie y Julien se despiertan más de una emoción (así lo enuncian ellos); a la vez que también nos despiertan emociones encontradas, ¿a qué pudiera deberse eso? Al “hecho” de estar viendo/viviendo/compartiendo (el “cine” como un ritual, un ritual de voyerismo) un “amor verdadero”, “real”, intención lo más obvia de la discursiva cinematográfica,  que responde a un imaginario colectivo de lo qué es el “amor” que se anhela. La historia de Romeo y Julieta en versión posmoderna  sigue trayéndonos tragos amargos, una imposibilidad  (al menos para los “captantes” latinos que tenemos introyectado una idea de amor-todo-poderoso),  una sensación de estar a la deriva, de que el AMOR (con mayúsculas) no lo pueda todo, idea que nos perturba en demasía. Y el quedarnos mientras dan los créditos debrayando sobre las “opciones” que tenían para poder estar juntos-vivos es la prueba irrefutable. Seguimos con el apremio en el pecho de que pudo haber un final-otro (aunque creo que éste es el final-otro),  el estereotipo de “amor-todo-poderoso” es, más que todo-poderoso, omnipresente.
La sombra de los planteamientos de Bataille a propósito del erotismo de los corazones está presente en casi toda la película,  para venir a concretarse (en concreto, paradójicamente) al final del film. Sophie y Julien pareciera que encuentran la continuidad (complicidad) en el juego “capaz o no capaz” una continuidad entre ellos a costa de una discontinuidad con los otros individuos con los que interactúan. “El terreno del erotismo es esencialmente el terreno de la violencia, de la violación.” (Bataille, 2008:21) En una primera instancia su relación es vista como violencia hacía los “demás” (profesores, padres, compañeros), mas con el paso de los años, la violencia se instaura dentro de su “continuidad” lo que los lleva a “solicitar” abismos por protección, todo sigue siendo un juego, un juego de “tira y afloja”. Aunque con el desenlace de la película se logra la continuidad buscada (el amor eterno) con la muerte de los enamorados, sus cuerpos y corazones se abren a quedar suspendidos en un espacio/tiempo que los lleva a reinventar su pasado y a “vivir” un futuro, basado en los “hubiera”.
Sin embargo para que Shopie y Julien pudieran mantener está vinculación “eterna” tuvieron que desarrollar vinculaciones muy laxas con todo lo demás, Shopie con esa familia ausente que a la vez le “trae” problemas en su infancia, luego con su esposo. Julien con su padre y después con su esposa e hijos, los cuales son abandonados en pos de mantener la “emoción”, el juego, el erotismo. Somos “criaturas notorias por su tendencia a romper la rutina y a crear la confusión con la distinción entre regla y contingencia.” (Bauman, 2005;21)  Sophie y Julien van un paso más allá, crean la contingencia como regla. Se sumen en estados de rutina con la esperanza del reencuentro, de la adrenalina. Crear mesetas para “disfrutar más” la pendiente y la sucesiva cuesta. Su vinculación está pactada  desde el primer “gesto” de complicidad (Sophie llora en el piso con sus cosas mojadas después de haber sido llamada por sus compañeros de la escuela “mierda polaca”, acto seguido, Julien quita el freno de mano del autobús escolar, los niños “crueles” van en él mientras se dirige calle abajo sin conductor, los gritos de auxilio no faltan; la primera complicidad. Aunque me atrevería a decir que quienes iban en ese autobús sin conductor eran ellos, Sophie y Julien).
“Todo tiene fecha de vencimiento”, enuncia con nostalgia Bauman, los protagonistas del film lo saben desde un principio, afrontando la muerte de la progenitora de Julien, pero sólo como muerte física (va a su tumba esperando que Sophie aparezca y dice que su madre vuela sobre él), su madre se mantiene volando y ellos amándose, esta es la solución a la inconsistencia, a las libertades. Ulrich Beck ya decía que “libertad más libertad no significa amor, sino más bien ponerlo en peligro o incluso acabar con él” (1998;30), su amor está en riesgo con la diaria convivencia, con las intensidades, con los conflictos y las violencias que se ejercían, con el sentirse desarmado ante él otro, o no poder creer en lo que dice o hace, ¿qué posibilidad tenían Sophie y Julien de mantener su unión amorosa? Durante años lo intentaron, durante más años se mantuvieron alejados. Siempre se trata de la nostalgia, el devenir, el esperar que vendrán tiempos mejores, que lo que está por llegar debe de ser una recompensa de lo que se ha vivido (idea que maneja Bauman en Amor líquido; la tenencia de los individuos a creer que entre más vinculaciones se tienen, o que al incrementar su “historial” amatorio se volverán mejores amantes o tendrán “mejores” relaciones, sin tomar en cuenta que cada relación es/debe ser diferente a las anteriores, cuestión que pudiera respaldarse en que “el otro como otro” no importa simplemente debe de haber un “cualquiera”)  más sin embargo esta no es la visión compartida por la discursividad del guión, ese era “el” momento, no podían esperar por otro, nadie prometía otra felicidad, ellos no creían en tener otro momento, sus caminos los habían alejado, era la “ultima” disyuntiva. O simplemente podría ser como propone Ulrich Beck,  “No hay que pensar nunca que el amor conlleve automáticamente la realización/satisfacción. […] ¡Y con qué facilidad la realización llega incluso a helar la mirada!” (1998;30-31), tal vez este era el miedo que intentaban comunicar los personajes, miedo a no funcionar, a que él otro fuera una idealización (lo cual es irrefutable), una creación para solventar nuestra necesidad de sentirnos vinculados a “algo”. Miedo a que esa intempestividad que los caracterizaba (en parte basada en “capaz o no capaz”) desapareciera al eliminar el juego de su convivencia. Un miedo que compartimos (hablo en primera persona del plural para ser congruente con los <saberes situados>) muchos individuos, la incerteza de la traducción de las emociones ajenas, el “entregarte”, el intentar ser parte “de”, pero a la vez, siempre esa necesidad de replegarnos, de “protegernos”, el sentido de “individualidad” ha permeado nuestras emociones, el conceptualizar al “otro” como un agente de “peligro” intermitente nos lo demuestra, preferimos en muchos casos las cosas “no-complicadas” , los encuentros casuales, las relaciones a distancia, “el fluir”, el “estar” mientras se quiera y se pueda. Pero, en que radica ese “estar”, ese “querer” ese “poder”, siempre en una valoración, en sopesar costos, pros y contras, las emociones tienen una traducción en kilos, en un aquí y un ahora.
                                                           El Negativo
Bien comentan la mayoría de los autores (algunos de los cuales revisamos en clase) sobre la imposibilidad total de traducción de las emociones (algunas veces encasquillando esta “culpa” al relativismo cultural, algunos otras veces a la historicidad y subjetividad de los individuos, pues el proceso de emocionarse es “intimo” aunque este reglado por la socialización), sobre cómo están enmarcadas bajo denotaciones sociales pero a la vez son experiencias muy personales las cuales se reconstituyen por medio de la historicidad, son bucles que nos pueden alejar o acercar a otro-no-yo, pero que podemos llegar a conceptualizar como una extensión de nosotros mismos, una posibilidad de continuidad, de eternidad, de indiferenciación.
Y sin embargo me gustaría incluir una reflexión complicación/complejización) como termino de este debraye. En esta modernidad (donde convivimos premodernos, modernos y posmodernos) ¿es posible que a la luz del deconstruccionismo que se elabora en la mayoría de nuestras categorías, y en especial siendo estudiantes de ciencias sociales, podamos “zafarnos” de la búsqueda de la indiferenciación? ¿O será que esta “preservación” del sujeto (como autoconstructo) es lo que nos ha llevado a relaciones caóticas y sobre pensadas? ¿Es lo que nos ha llevado a ser sujetos líquidos que planteen “conexiones” en miras de salvaguardas? ¿Será lo que nos convierte en intempestivos inflexibles que son incapaces de “sacrificios? ¿Será que tal vez estamos confundiendo los sacrificios con la indiferenciación? Esto es un bucle, el tira y afloja al que nos negamos a “entrarle”, al menos de una manera conciente, nos planteamos en una contemporaneidad alegando el “avance” y la utilidad de nuestros “estudios” pero no hacemos muchas veces concientes nuestras propias estructuras de vinculación, nos “caotizamos” para preservar el individualismo, y empezamos las “conexiones” con un “la cosa es fluir, no hay que aferrarnos”. Somos humanistas, muchas veces poco humanos.
Bibliografía
Bataille, George (2008). El erotismo. España: Tusquets.
Bauman, Zygmunt (2005). Amor líquido. Argentina: CFE.
Beck, Ulrich (1998). El normal caos del amor. Las nuevas formas de la relación amorosa. Barcelona: Paidós/ El roure.
 

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